¿Un acto loco? ¿Una perfo frívola? ¿Una pura maldad?
Cerrar el Instituto Nacional del Teatro sería romper un piano a hachazos. Destrozar caprichosamente un instrumento preciso que exigió en su armado un larguísimo tiempo y dedicación. Y veintiséis años de afinación paciente después para que produzca el prodigio actual: un circuito teatral único en el mundo, que funciona en círculo virtuoso.
Pocas cosas maravillan más que un ecosistema. Nuestra actividad teatral, reconocida en todo el mundo por su variedad y calidad es eso. Un sistema que se alimenta a sí mismo, una conexión redonda cuyo conector es precisamente el Instituto. Y que no exige partidas del presupuesto del estado para funcionar, sino que recurre a sus fuentes preestablecidas. No es cierto que se financie con tus impuestos, ni que esos fondos se sustraigan a necesidades sociales urgentes. Se solventa con un pequeño porcentaje de ingresos de ENACOM y otro de Lotería Nacional. Y luego, puesto a producir, reproduce a esos fondos de manera categórica.
Gracias al Instituto:
✓- Un circuito de un millar de salas y de infinidad de artistas independientes posibilitan al público argentino acceder a espectáculos de calidad, muchas veces internacional, a precios populares, notablemente menores a los del circuito tradicional. Tan solo la cifra de ese ahorro hipotético alcanzaría para compensar la inversión. El movimiento complementario: el turismo cultural, los espacios gastronómicos, etc. suman otro tanto. Sin el Instituto desaparecería la enorme mayoría de esos espacios y de esos montajes y el circuito se reduciría a las pocas salas comerciales, con localidades a un valor naturalmente mucho mayor. Y con una variedad estética muchísimo menor, claro.
✓- Gracias al INT miles de artistas encuentran en sus provincias de origen la formación necesaria y luego el apoyo para poder crear en su propio contexto y afincarse. Hacer arte local. La base de cualquier identidad cultural.
✓- Se editan libros de teoría, que llegan gratis a todo el territorio. Se publica y luego distribuye de manera gratuita también a autores de todo del país. La dramaturgia argentina ha crecido en las últimas décadas de manera exponencial.
✓- Se promueven giras y encuentros donde cada región difunde su creación y crece a su vez artísticamente en el intercambio de experiencias. Y se organizan concursos que estimulan a nueva producción.
✓- El país está representado de manera especialmente destacada en todos y cada uno de los festivales del mundo. Y sus hacedores contratados habitualmente para producir y enseñar afuera. Divisas que entran luego al territorio, fuentes de trabajo, y el nada menor capital cultural: un prestigio internacional que se reconoce y respeta.
Y todo esto con una infraestructura modesta y dinámica. Que crea mucho con muy poco.
El cierre del INT disolvería una experiencia y la volvería irrecuperable. Entregarían a una próxima gestión una bolsa de astillas y un frasquito de cola. Hacete un piano de nuevo, a ver…
Cerrar el INT sería un acto innecesario. Y dañino. Aquello de la banalidad del mal, de la que hablaba Hannah Arend: “Lo hago porque la ley me lo permite”. Un procedimiento burocrático ejecutado por funcionarios incapaces de pensar en las consecuencias éticas y morales de sus actos.
Un circuito cerrado también, esa banalidad, al fin y al cabo. Pero siniestro. Un sistema que avanza de manera irremediable hacia la catástrofe.
Por ponerlo en términos teatrales: si no lo paramos, una tragedia.
FUENTE: Mauricio Kartún
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