En un nuevo aniversario del 18 de julio de 1994 rememoramos el fatídico y nunca aclarado hecho, que dejó 85 víctimas fatales y 300 personas heridas, a través del testimonio del reconocido fotoperiodista argentino Julio Menajovsky.

La explosión del edificio de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), producida por un coche bomba en la mañana del 18 de julio de 1994, fue el mayor atentado terrorista de la historia argentina. Su investigación tuvo a lo largo de los años un derrotero laberíntico, minado de irregularidades, que hasta el momento no permitió que se pudiera hacer justicia para las 85 víctimas fatales, las 300 personas heridas, sus familias y el conjunto de la sociedad argentina.

 

 

La mañana del atentado Julio Menajovsky fue uno de los primeros fotógrafos en llegar a la AMIA. Para ese momento, el edificio ubicado en la calle Pasteur 633 del barrio porteño de Once estaba reducido a escombros. Las imágenes que tomó en el lugar comenzaron a reproducirse ese mismo día y aún circulan en distintos medios, redes y portales. Se trata de testimonios históricos a los que apelamos para recordar lo sucedido, imágenes a las que volvemos una y otra vez en la construcción de nuestra memoria colectiva.

Para el vigésimo quinto aniversario del atentado, Menajovsky fue invitado a realizar una exposición en la AMIA. La muestra, titulada Veinticinco, sería montada luego en el consulado argentino en Nueva York, en el Centro Cultural Kirchner y en la embajada argentina en París durante el año 2019. Por entonces, la reproducción de esta serie de imágenes en las redes sociales hizo posible contactar a Lía, la hermana de Germán, un joven cuya foto siendo retirado del lugar de la explosión en camilla ocupó durante los días porteriores al atentado la tapa del diario Clarin.

 

 

Durante su encuentro con Lía una pregunta atormentaba a a Menajovsky, ¿qué había sentido ella al ver esa foto? La respuesta fue agradecimiento. «De no haberla visto -reflexionó- habría creído que su hermano se encontraba debajo de los escombros. Sin embargo, la calmó saber que alguien cuidó de un muerto y lo sacó de la escena lo más delicadamente posible», reflexionó el fotógrafo.

En 1994, Julio Menajovsky trabajaba a unas 8 cuadras de la AMIA. Cuando escuchó la explosión, empezó a caminar por la calle Viamonte en dirección a Pasteur, y “tres cuadras antes de llegar escuché a una mujer gritando “explotó la AMIA”. No fui corriendo, sabía que me iba a encontrar con algo que no iba a ser agradable. Fui por un instinto, soy periodista y estaba con la cámara colgada”, recordó.

Al llegar al lugar vió ambulancias, gente aturdida y una montaña de escombros que lo conmocionó: “Me agarró absolutamente desnudo de herramientas para saber cómo se fotografía eso. Esa perplejidad tuvo un impacto fuerte en mí. Durante mucho tiempo pensé que había fracasado como profesional. Entendía que mis fotos no estaban buenas, que yo me había dejado llevar por lo primero que me había parecido, que tendría que haber tomado distancia, haber hecho un mínimo reconocimiento de qué era lo que había porque toda la cuadra de Pasteur entre Viamonte y Tucumán era tierra arrasada y había centenares de personas en el medio. Estaban pasando muchas cosas al mismo tiempo y yo me quedé ahí con lo que primero me apareció”.

 

 

En las imágenes hechas por Menajovsky ese día está presente la marca personal del impacto. Para el fotógrafo, cada lugar, momento y circunstancia requiere una respuesta específica: “Ponemos mucha energía en la pureza de la foto y no en la naturaleza del acontecimiento que está corriendo delante de nuestros ojos. A veces me parece mejor no mirar lo que uno está haciendo para concentrarse en lo que está pasando”, explicó.

 

 

Sus fotos del atentado a la AMIA pertenecen ya a nuestra memoria, son un recordatorio fundamental de lo que pasó. Sobre su valor testimonial, Menajovsky expresó: “Las fotografías no aportan sentidos por sí mismas. El sentido viene de quien la observa y se apropia de esa imagen. La fotografía no hace más que confirmar aquello que ya sabemos. No hace falta que la fotografía lo instaure como verdad. Sirve para que nosotros depositemos sobre esa imagen esa verdad, que ahora va a tener un soporte visual”.

Para el fotógrafo, el proceso de construcción de la memoria de un pueblo es dinámico y constante:

“La memoria no descansa, nunca está en paz, nunca está terminada, nunca está concluida, nunca está clausurada”.

Las imágenes de Julio Menajovsky dejan ver la verdadera dimensión de un hecho que aún hoy sigue impune: “después de 29 años no hay un solo preso. Uno hoy ve esas fotografías y puede preguntarse por qué no hubo justicia, quiénes hoy día todavía están impidiendo que se sepa la verdad”, concluye.

 

 

Lo que puede la fotografía

Julio Menajovsky es capacitador en Lo que puede la fotografía, imágenes de identidades compartidas, taller del Programa Identidades del Ministerio de Cultura, implementado a través de la Dirección Nacional de Diversidad y Cultura Comunitaria de la Secretaría de Gestión Cultural.

En ese espacio de formación, desde su profesionalismo y experiencia, entre las cuales la cobertura del atentado fue una de las más emblemáticas, comparte herramientas de análisis y reflexión con organizaciones y medios comunitarios de todo el país.

“Una cámara es un arma poderosa y peligrosa por lo que uno fotografía, por cómo uno fotografía, y también por lo qué uno no fotografía”, Julio Menajovsky.

 

 

Sobre Julio Menajovsky

Fotógrafo, fotorreportero, militante, docente y trabajador de la memoria. Nació en la ciudad de Buenos Aires el 28 de diciembre de 1950. A los 23 años, fue detenido por su militancia y recorrió, en condición de preso político, distintas cárceles del país. Recuperó su libertad definitiva en septiembre de 1983, luego de pasar un año bajo el régimen de “libertad vigilada” a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN). Entonces se exilió en Francia para reencontrarse con su mujer e hijo y retomar su profesión de fotógrafo. En 1985 regresó al país convertido en fotoperiodista. Como tal, integró numerosos medios como Cambio 16, de España, Revista Crisis, Editorial La Urraca, Editorial Perfil y los diarios La Razón y La Capital.

Fue docente universitario en la Universidad de Buenos Aires (UBA), la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNICEN), TEA y la Universidad de Palermo (UP). Desde julio de 1997 hasta 2005 fue, integrante de la Comisión Directiva de la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina (ARGRA), período en el cual se desplegó nacionalmente la campaña de movilización “No se olviden de Cabezas” para evitar la impunidad del crimen del fotógrafo asesinado en Pinamar. Como integrante de la Comisión Directiva de la asociación tuvo a su cargo el lanzamiento y dirección de ARGRA Escuela. Desde 2022 integra, junto a Cora Gamarnik y Jazmín Tesone, el equipo docente de las capacitaciones de comunicación comunitaria del programa Identidades, para organizaciones de la Red Nacional de Puntos de Cultura.

 

FUENTE: Ministerio de Cultura de la Nación.


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