Por décadas sus famosos monólogos describieron con ironía la realidad política argentina, desde la óptica del arraigado sentido común dominante en la clase media local.
Hace 25 años moría en su departamento del barrio porteño de Palermo, a los 70 años, Tato Bores, el humorista que se había ganado el honorífico título de «actor cómico de la nación» por sus famosos monólogos que, durante varios años, describieron con ironía la realidad política argentina, desde la óptica del arraigado sentido común dominante en la clase media local.
Con una larga trayectoria en cine, radio y teatro, el actor ganó popularidad gracias al ciclo televisivo que encabezó desde fines de los `50 hasta los primeros años de los ’90, en donde además del desfile de delirantes personajes inspirados en los más cuestionables exponentes de la fauna urbana, desplegaba sus famosos monólogos, ambientados como si se tratara de las tradicionales cadenas presidenciales.
Desde ese espacio, en el que adoptaba el rol de hombre influyente que caminaba los pasillos de los despachos oficiales, Tato Bores apuntaba contra la idiosincrasia nacional y ridiculizaba al poder político, al que solía caracterizar como demagógico, carente de ideales y de vocación de servicio.
A pesar de haber subsistido a distintos gobiernos, los programas de Tato sufrieron censura, no solo en dictadura, sino también en democracia, como ocurrió en 1974, cuando el Gobierno de Isabel Perón decidió sacar del aire el ciclo; del mismo modo en que el represor Jorge Rafael Videla ordenó años más tarde que no se emitieran algunos sketches que aludían a su figura.
También hubo una recordada censura previa judicial en 1992 ordenada por la jueza María Servini de Cubría, que provocó la reacción de un amplio arco de la cultura.
En todos los casos, el humorista siempre se las ingenió para generar una respuesta desde el punto de vista artístico, a partir de una supuesta charla telefónica con su guionista en la que le explicaba que no podían hacer determinados chistes o de un coro de famosos dedicando una canción a la célebre jueza, según cada caso.
Durante gran parte de sus ciclos, el actor también se posicionó como un referente del humor judío pero esa faceta fue cediendo terreno cuando comenzó a imponerse la observación de la realidad política.
Nacido en Buenos Aires bajo el nombre de Mauricio Borensztein, tomó contacto con el mundo del espectáculo desde muy joven a raíz de su pasión por el jazz, lo que lo llevó a trabajar como asistente de distintas bandas.
Cuenta la leyenda que una fortuita rutina cómica realizada durante la despedida de soltero del músico Santos (Salomón) Lipesker llamó la atención de Pepe Iglesias, «El Zorro», quien se encontraba entre los presentes, y lo convocó para que se sumara a su programa de radio.
Desde entonces, Bores pasó por distintos elencos, junto a figuras como Pepe Arias; además de desempeñarse en teatro y cine, en donde filmó junto a artistas como Juan Carlos Altavista e Hilda Bernard.
Entre 1957 y 1960 comenzó a ser una cara conocida en la televisión cuando acompañó a Dringue Farías en el ciclo «La Familia GESA» por Canal 7; al tiempo que comenzaba un programa propio llamado «Caras y Morisquetas», en donde comenzó a aparecer el personaje de frac y habano con sus personales monólogos.
Gracias a su creación emblema devino en un clásico de la televisión dominguera argentina que supo aggiornarse a los tiempos que corrían con la incorporación de distintos libretistas.
En tal sentido, los últimos envíos de su ciclo por Canal 13 se caracterizaron por su alto nivel de producción, algo poco usual en la televisión local de entonces, impulsado por la incorporación de sus hijos -Alejandro y Sebastián Borensztein- al frente del equipo creativo.
La permanente rotación de sus programas en algunos canales de cable dan cuenta de la actualidad de sus monólogos, a pesar de no haber sido testigo de los últimos 25 años de historia; prueba de que los vicios que tenemos como sociedad y el sentido común no han cambiado demasiado.
FUENTE: Ministerio de Cultura de la Nación.
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