Los empresarios que predican la salida rápida de la cuarentena polemizan con la estrategia médica que busca demorar o frenar la circulación social masiva del maldito Covid-19. Afuera de mi casa, en las calles semivacías, con los espectáculos suspendidos y los teatros, cines, centros culturales y museos cerrados, para muchos artistas el otoño y el invierno se vislumbran como un vía crucis. En el sector hay quienes vaticinan que el año ya está perdido. Pero yo prefiero aceptar un desafío esperanzador: desarrollar alternativas innovadoras para afrontar y mitigar la crisis que golpea dramáticamente al vasto sector cultural. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), formada por una treintena de países que aportan el 80% del PBI global, organizó a mediados del mes pasado un panel virtual de expertos en industrias culturales y creatividad artística para reflexionar sobre el impacto en el corto y el largo plazo que la pandemia tendrá en la cultura y la creatividad. La Argentina integra una veintena de comisiones de la OCDE y puede poner la lupa en las conclusiones. Hay otros organismos internacionales alarmados, como el Consejo Internacional de Museos (ICOM) o el World Cities Culture Forum. Aunque ya hay un consenso entre los expertos del mundo: la participación estatal será fundamental para paliar los efectos de la pandemia. Vivimos tiempos inverosímiles en que la política, las ciencias médicas y la economía enfrentan al coronavirus con los recursos y estrategias que disponen. Hay mucho ensayo y error porque es una experiencia mundial jamás vivida. Por eso, en el área específica de la cultura oficial, debemos desarrollar nuevas herramientas creativas para los tiempos que vienen. Pregunta: ¿cómo hacerlo? Respuesta: con una profunda transformación en la gestión cultural nacional, provincial y municipal. Lo más importante es garantizar la participación activa de los diversos niveles de gobierno y evitar la discrecionalidad de las decisiones. Las actuales prácticas de gobierno se basan en una concepción lineal, unidireccional y jerárquica de la gestión cultural, que dice: la Nación organiza y diseña programas y planes que una vez armados se «bajan» a las provincias y a las comunas. Las provincias actúan del mismo modo. Funcionó mal o bien durante décadas, pero es un mecanismo organizacional que hoy muestra fragilidad federal, inequidad presupuestaria, ineficacia y alto costo operativo. El trabajo lineal y unidireccional se volvió obsoleto con la llegada del Covid-19. Las jerarquías rígidas ahora se vuelven consultivas y transversales. Los modos virtuales de comunicación a distancia logran que lo lineal haya mudado a radial. Y lo unidireccional colapsó y se transforma en un flujo de múltiples direcciones que actúa como rizoma. Las redes sociales y las plataformas virtuales están convirtiéndose en las protagonistas de la escena cultural y artística mundial. Es el signo del presente y el futuro. Las áreas culturales oficiales deben virar hacia una red federal abierta y no jerárquica que permita el intercambio de ideas y experiencias para ayudar al sector creativo a enfrentar la crisis. El Covid-19 modificó abruptamente la forma en que analizamos y definimos acciones estratégicas y urgentes porque nos comunicamos de modo rápido con quienes viven en nuestras ciudades, en otras regiones del país y en el exterior. La comunicación telefónica, las videollamadas y videoconferencias permite reflexionar en equipo, compartir pensamientos y perspectivas, definir programas y presupuestos, y acordar planes para solucionar problemas. Las nuevas tecnologías de la comunicación son aliadas poderosas para reformular las prácticas políticas, burocráticas y financieras del sector público cultural. El principal desafío para el Ministerio de Cultura de la Nación y para las áreas culturales provinciales será promover diálogos plurales que definan acciones colaborativas y económicamente coparticipativas con las municipalidades, ya que es acá, en las ciudades de carne y hueso, donde se tejen y enriquecen las identidades. Y donde realmente se aplican los planes y programas que favorecen o afectan a las personas. Hay que armar programas en conjunto y no «bajarlos». Hablo del vigoroso poder de la creatividad en tiempos del coronavirus y pienso en Alexander Fleming: sabemos que descubrió el efecto antibiótico de la penicilina y obtuvo el Premio Nobel de Medicina en 1945. Pero también deberíamos saber que, debido a su talento artístico, fue miembro del exclusivo Club de Arte de Chelsea, en Londres. Cuentan que Fleming pintaba con acuarelas y gérmenes sobre lienzos absorbentes que tomaban color según las bacterias que usaba: Serratia marcescens daba rojo, las Chromobacterium violaceum daban púrpura, los Micrococcus luteusdaban amarillo, los Micrococcus varians daban el blanco, los Micrococcus roseus daban rosa y los Bacillus sp. , naranja. ¿No es maravilloso? El caudal imaginativo de Fleming es inspirador porque nos permite comprender que la creatividad se mueve de modo misterioso -los neurocientíficos ignoran cómo funciona realmente-, y que alguien creativo puede aportar ideas y configuraciones innovadoras para resolver asuntos complejos de la política, la economía, la medicina y la salud pública. ¿Qué habrá sido Fleming, un científico que amaba el arte o un artista que practicaba la ciencia? Hay algo seguro: la creatividad se mueve y actúa en rizomas. Y mientras el mundo cruje, a los artistas nos queda también el desafío íntimo de simbolizar estos tiempos de angustia, incertidumbre y miedo. Y también de esperanza.
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