No hay nada más problemático que preguntar por lo obvio. Porque al hacerlo se rompe el horizonte natural de comprensión del mundo donde abundan las certezas. Al preguntar por lo obvio y evidente, el saber se propone como un itinerario que lleva desde las certezas a las dudas.
Sucede así con el nombre de nuestra isla.
Puede leerse, donde sea que uno busque, que el nombre “Tierra del Fuego” se debe a la visión que tuvieron de esta isla los primeros marinos europeos que exploraron sus costas, quienes desde sus barcos divisaron sorprendentes y constantes fogatas. Se refieren a la flota a cargo de Magallanes que descubrió el estrecho que hoy lleva su nombre y terminó completando con sus sobrevivientes la primera circunnavegación de la tierra.
Sin embargo, si alguien se pregunta quiénes son esos marinos y dónde dieron testimonio de las fogatas que veían permanentemente en estas costas, difícilmente encuentre un nombre o un documento. Por no decir que es imposible encontrar el testimonio fehaciente de algún navegante que hable de haber visto las fogatas fundantes de la locución nominal de nuestra isla.
Si hablamos de literatura, es porque los últimos rastros del nombre de la isla se pierden en los textos de dos literatos. El primero es de Antonio Pigaffeta, cronista a bordo de la expedición de Magallanes, que en su “Relación sobre la primera vuelta al mundo” habla de que un día avizoraron “humo”. La referencia es anecdótica y lateral dentro de la narración de las vicisitudes sufridas con dos embarcaciones que exploraban el estrecho y creyeron perdidas. «al divisar humo en tierra, -escribe Pigafetta- conjeturamos que los que habían tenido la fortuna de salvarse habían encendido fuegos para anunciarnos que aún vivían después del naufragio”. Este humo quedó inexplicado en el misterio, ya que los navíos aparecieron al rato sanos y salvos.
Lo que sucede con el relato de Transilvano, sin embargo, es que es plenamente una obra literaria, de alguien que no formó parte de la expedición y que ni siquiera estuvo alguna vez en América.
Y tan solo para remarcar que estos
Pero la cartografía del siglo XVI, heredera de la cartografía medieval, así como representaba con rigor lo conocido, patentizaba lo incógnito con tierras emergidas de la ficción y dando campo libre a la imaginación. Por esta razón rápidamente, en los mapas posteriores a los de Ribero y Gaboto, se situó debajo del estrecho la mítica Terra Australis Ignota, conjeturada por Aristóteles y
Después de que en 1616 la expedición holandesa de Le Maire y Schouten navegara al sur del Cabo de Hornos nuestra tierra empezó a ser representada en la cartografía como la isla que era y no más como un continente. Y aquel nombre que identificaba una región fantasiosamente continental pasó a ser paulatinamente el nombre de la corroborada insularidad. Denominada “Tierra del Fuogo” en la cartografía de Johannes de Laet de 1625 o “Terre de Feu” en los mapas de Henricus Hondius entre los años 1628-1630.
Ni masivos ni permanentes avistajes de fuegos. Más bien, imaginativo derrotero cartográfico sobre detalles marginales de relatos literarios. De nombrar un sitio de la costa sur del estrecho, a designar la región de un continente imaginario y de allí a nombrar la isla real. “Tierra de los fuegos”, “Todos los fuegos”, “Tierra de Fuego”, “Terra del Fuego”, el nombre tuvo tantas inestabilidades como el fuego mismo hasta normalizarse en “Tierra del Fuego” a fines del siglo XVII. Curioso viaje toponímico desde el plural situado hasta el universal abstracto que deja ver en acción a esa cartografía de invenciones creativas concebidas bajo formas simbólicas. “Tierra del Fuego”, tierra del único elemento de las cuatro raíces empedocleanas, que no puede encontrarse en estado natural en ella, ni como relámpago.
Pero cuando la construcción ficcional del nombre que hacen los cartógrafos parece errar y equivocarse es también cuando más acierta. Porque el fuego es el elemento indispensable para la vida del hombre en esta tierra, y ésta es, en consecuencia, la tierra del elemento que ha tenido y tiene existencia producida, continua e ininterrumpida desde que el hombre la habita. Tierra del Fuego no puede significar aquí otra cosa que Tierra de aquél cuya existencia histórica ha llegado hasta este lugar gracias al dominio técnico de la luz y el calor de las llamas. Tierra del hombre, tierra nuestra.